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El Lado B de la justicia retributiva

8/9/11 | Publicado en ,


Una semana atrás, el crimen de una menor conmovió a la opinión publica. Días más tarde de lo acontecido, estamos en condiciones de reflexionar acerca de algunas cuestiones relacionadas con el impacto social del hecho. En esta oportunidad no nos detendremos en el comentario del accionar policial, en el papel que desempeñaron los medios - criticados en su mayoría por la abyecta cobertura del caso- ni en los bemoles de la labor judicial. Procuraremos centrar el análisis entonces, en la reacción de la sociedad frente a ese crimen y la nota de emotividad exacerbada que situaciones de este estilo despiertan en el común de la gente.

¿Qué es lo que nos une en derredor de un crimen y el repudio frente al mismo?¿Qué hay detrás de ese clamor social conjugado en un solo reclamo? Son preguntas cuya respuesta está ligada a diversos factores y es necesariamente multidisciplinaria la labor de responderla. La sociología, la psicología e incluso gran parte de las ciencias sociales se han ocupado durante muchos años de responder ese interrogante, no siendo univoca la respuesta. ¿El Derecho que tiene para decir al respecto? Tomemos como referencia, más allá de su procedencia del ámbito sociológico, el trabajo de George Mead denominado "La Psicología de la Justicia Punitiva", donde encontraremos quizás la punta del ovillo en esta temática.

Como primer punto a señalar, es necesario referir la polarización que se da en el núcleo de la sociedad cuando ocurre un hecho delictivo. Determinamos al "enemigo", el Otro, en función de la definición de los bienes o instituciones que este avasalla. Cuando el bien jurídicamente protegido y ocasionalmente vulnerado por el accionar de un individuo, es la propiedad (en la concepción capitalista del termino), los carriles del proceso judicial y todo lo que él conlleva, no presentan particularidades. Todo se recrudece y adquiere otro cariz, cuando es la vida humana la que entra en juego. El instinto de hostilidad, que a través de un largo proceso de autoreferencia y vida gregaria fue sublimado para finalmente objetivarse en la figura de la Corte o Tribunal, hace mella en cada una de las conciencias individuales, y de a poco, una construcción colectiva de neto carácter vindicativo, comienza a surgir (o resurgir, si lo entendemos como un condición latente).

En razón de ello, y como punto fundamental del que debemos partir, en toda sociedad moderna, la necesidad de una estructura judicial y en particular de un aparato judicial punitivo, se presenta como condición para el desarrollo equilibrado de una sociedad organizada. Estamos de acuerdo en que esa es la idea que se intenta instalar todo el tiempo en el centro del debate. La cuestión radica, y es aquí donde se producen las mayores divergencias, en el modelo que cada sociedad elige para si en relación con el trato -la sublimación del castigo-  que se le da al criminal, o para ser menos categóricos, a aquel sujeto que infringe la ley. Mead, en una distinción que ya es clásica en la doctrina penal, señala dos modelos de justicia criminal: el retributivo y el preventivo. El primero de ellos, en términos generales, se basa en la idea de que el criminal debe asumir en su persona un daño similar al que ha causado. Junto con esta concepción de la pena, suele recurrirse a la proporcionalidad como baremo de referencia, pero ese termino es inexacto cuando hablamos de bienes jurídicos que son imposibles de equiparar. Cuando se los pretende equiparar, por ejemplo en la dinámica de "quien mata tiene que morir", corremos el limite hacia una postura claramente reaccionaria. El segundo modelo, busca en la pena la solución para disuadir al criminal de no cometer nuevamente un ilícito, y a su vez, de acuerdo se trate de un sistema de prevención específica o general, desalentar a la sociedad en su totalidad de la comisión de actos de la misma índole. Condena y castigo para el bien de la sociedad, aunque no se tenga la certeza que la aplicación de esa condena traiga aparejada un bien comunitario, más allá del mal inmediato que le pueda infligir esa pena al condenado y a su familia.

A propósito de lo expuesto lineas atrás, es valido señalar, citando a Mead que "ya es una idea común a nuestra conciencia moral que la satisfacción por el sufrimiento de un criminal no puede tener lugar legítimo en el cálculo de su pena." Estamos de acuerdo en ese supuesto y coincidimos en que eso es así en la mayoría de las oportunidades. En otras, sin embargo, generalmente relacionadas con situaciones de convulsión social esa premisa se torna invalida. La conciencia moral se trastoca y habilita la posibilidad de la crueldad en la  medida de la condena como un paliativo para el dolor ocasionado por el daño causado. De igual forma, ante hechos execrables como el ocurrido, salen a la luz sectores extremos que capitalizan situaciones desgraciadas de gran trascendencia social para comenzar su exposición sobre las virtudes de la justicia retributiva en su versión más nociva, con un sesgo claramente "manodurista" y un aparato teórico dispuesto a justificar cualquier avance sobre garantías mínimas.

Lo esporádico de la hostilidad, como referimos antes, no quita sin embargo su carácter de latencia. Son acontecimientos masivos los que generalmente subvierten el limite habitual de ese nivel de hostilidad. Cuando tienen un sesgo "positivo" (guerra a una potencia colonizadora, o su sublimación en un torneo mundial de fútbol), solemos reunirnos bajo el candido abrazo del Pueblo, como factor unificador. Otra es la situación, cuando el denominador común, el factor aglutinante, es un hecho trágico y desgraciado como el sucedido en días anteriores. Comienza la lógica de las culpas, la atribución de responsabilidades a diestra y siniestra. El sociólogo estadounidense, es claro cuando afirma:

"La hostilidad frente al transgresor inevitablemente trae aparejadas actitudes de retribución, represión y exclusión. Esto no provee principios para la erradicación del crimen, para devolver al delincuente a las relaciones sociales normales, ni para definir a los derechos e instituciones vulneradas en términos de sus funciones sociales positivas."

Estamos entonces frente a una reacción esteril, poco fructifera, pero que sin embargo es la que surge "instintivamente" cuando hechos de tamaña crueldad o impacto social sacuden la opinión pública. Los miembros de la sociedad se unen en lo que podemos denominar  "solidaridad emocional de la agresión". El enemigo común, ese que se desconoce, indeterminado en un principio pero cierto en su existencia, es en el que abrevan intereses divergentes pero en comunión con ese sentimiento de hostilidad. Considero un tanto temerarias aquellas posturas que sostienen que sin el criminal la cohesión social se veria vulnerada y "los bienes universales de la comunidad se desmenuzarían en partículas individuales mutuamente repelentes", pero es lo que muchas veces se intenta establecer como parametro normal de comportamiento colectivo. Tal vez esa sea una posición valida para el momento en el que fue gestada- hablamos de comienzos del S.XX- pero veo dificultades en su apreciación actual, por lo menos si la tomamos como afirmación categorica. En efecto, cuando se aunan esfuerzos en esa hostilidad, se suprime la individualidad. Es licito e incluso saludable que se den ese tipo de reacciones, pero a condición de que sean necesariamente esporadicas. De otra manera, enfatizando el carácter en la oposición, se desemboca en una situación proclive a suprimir en los miembros del grupo todos los caracteres sociales positivos.

Otro punto a tener en cuenta, es el fenomeno que se produce en relación al surgimiento espontaneo de hipotesis y teorias en torno a la comisión de un crimen. Una actividad que, paralela al repudio materializado en hostilidad, intenta dar un armazon teórico a esa reacción intempestiva. Cuando un hecho policial domina la escena publica, todos nos convertimos en criminologos, abogados especializados en derecho penal y comisarios. El conocimiento vulgar se apropia de la opinion publica y de un dia para el otro, ya no quedan más legos. Todos somos expertos. La mediatización del acontecer criminal, no hace más que contribuir a ese proceso. Renzi, periodista y personaje de la ultima novela de Ricardo Piglia, reflexiona:  


"Habría que inventar un nuevo genero policial, la ficción paranoica. Todos son sospechosos, todos se sienten perseguidos. El criminal ya no es un individuo aislado, sino una gavilla que tiene el poder absoluto, nadie comprende lo que está pasando; las pistas y los testimonios son contradictorios y mantienen las sospechas en el aire, como si cambiaran con cada interpretación. La victima es el protagonista y el centro de la intriga,; no ya el detective a sueldo o el asesino por contrato".

El saldo de hechos criminales de este estilo, siempre es negativo teniendo en cuenta que la vida humana es la que se pone en el centro de la escena. Más allá de la aproximación teorica que se intenta brindar en diversos ambitos de discusión, es saludable e incluso necesaria, la reflexión colectiva sobre las consecuencias sociales que acarrean estas circunstancias, partiendo desde la formación de un criterio individual que permita afrontar con seriedad y responsabilidad el papel que cada uno de los ciudadanos tiene en la construcción de una sociedad más justa, alejada de posturas reaccionarias que atenten contra los principios más basicos en la concepción del ser humano y la relacion con sus pares.

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